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PRESIDENTE FELIPE CALDERÓN
Presente.
Dos días después de la tragedia del Casino Royale, que enlutó a México entero, fui testigo en Monterrey de una de las escenas más indignas para nuestras gloriosas Fuerzas Armadas.
La mañana del sábado 27 de agosto unidades del Ejército mexicano custodiaban algunos casinos de la metrópoli regiomontana.
Unos dicen que los soldados vigilaban que no se repitiera la tragedia en otros casinos; algunos más, que cuidaban el traslado o el decomiso de máquinas tragamonedas. Es lo de menos.
¿Para eso dispuso usted sacar a las calles a una de las pocas instituciones que todavía gozan de la credibilidad y de las simpatías de los ciudadanos? No lo entiendo, Señor Presidente.
¿O es que usted acepta que el uniforme del Ejército o el de la Marina Armada se pongan al servicio de intereses muy particulares, cuestionables y poco claros?
Si la vigilancia para las instalaciones o para la remoción de las tragamonedas en los casinos era indispensable, lo sensato habría sido enviar a las policías locales. Municipales o estatales.
Y si no existiera confianza, a la Policía Federal. ¿O es que tampoco le tiene usted fe a éste que se presume el cuerpo élite de la seguridad nacional?
Lo que estas escenas vienen a demostrar, Señor Presidente, es que, por incompetencia o por complicidad, la estrategia del combate al crimen organizado está terminando por servir a aquellos a los que pretende combatir.
Y es que nadie en su sano juicio puede entender cuál fue la urgencia de que en el sexenio de Vicente Fox se modificaran sustancialmente las leyes y los reglamentos de juegos y sorteos para legalizar la operación de los casinos en México.
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